
Por Ricardo Bustamante
La primera impresión que produce Julio Comesaña es la de ser un señor que tiene pleno dominio de su vida. Es organizado, disciplinado, inteligente, cauto y, a medida que toma confianza, se torna cálido.
Un amigo, más de él que del cronista, definió al profesor en una palabra: es un caballero. Comesaña es cuidadoso de su apariencia personal, uñas limpias y arregladas, afeitada acicalada, la camisa, tal vez talla L o M pegada al torso, barriga plana y pantalón ajustado. Posee la tenue y fina elegancia de la sobriedad en su comportamiento y ademanes.
La edad real que registra su cédula de extranjería no va acorde con el frescor juvenil que refleja su anatomía. Aparenta 15 años menos. Nació en marzo de 1948; sus 76 años los lleva muy bien escondidos. Tiene una memoria asombrosa, desconcertante, en especial para los acontecimientos estrechamente vinculados a su carrera deportiva. Él es fruto de su empeño, lucha, constancia y raciocinio.
Para el público es una persona respetable. Nadie habla mal de él. A su paso, los comentarios son de cariño y admiración, y todas las palabras están relacionadas con dos agradecimientos: el de haber liderado, en lo deportivo, el equipo de fútbol amado por los barranquilleros y especialmente por el hecho de que todo un charrua, oriental y yorugua, como coloquialmente se le dicen a los nacidos en Uruguay, haya fijado su hogar en la capital del Atlántico.
La partida de su madre le cambió la vida
Su madre falleció a los 58 años de edad, como consecuencia de un accidente de tránsito. Manifiesta Julio que «ella siempre nos decía a mi hermano y a mí que había que caminar de frente a los carros, pero ese día mi mamá no aplicó la enseñanza que nos impartía, y un auto grande con él platon la golpeó en la cabeza, la tiró al piso y murió».
Comesaña, para la época, estaba jugando para el Deportivo Independiente Medellin, DIM, fue avisado de la funesta noticia, viajó a Montevideo para ver a Maria Serafina por última vez, pero ya sin vida. El dolor profundo es inexplicable y este insuceso lo marcó mucho. En gran parte, agrega, cambió mi vida de ahí en adelante. A los tres meses del fallecimiento de la mamá se retiró del fútbol como jugador y fue incorporado al DIM como asistente técnico de Jorge Olmedo.
Julio ama al Uruguay, pero reconoce que a estas altura de su vida irse para su país es regresar y buscar el pasado, y esa no es su idea. Hay que vivir el presente, acota. Allá solo tiene a su hermano Rafael, quien después de trabajar en Medellin y Barranquilla, cualquier día decidió regresar a su tierra.
Edgar Perea
Le pregunto por su relación con el fallecido locutor Edgar Perea, sonríe y abre los ojos para decirme que nunca conoció una persona con un nivel de convocatoria tan grande. «Él era digno de admirar por la sintonía gigante y la persuasión que tenía sobre los aficionados en el estadio de Barranquilla cuando el Junior jugaba». Agrega que «Edgar era una persona detrás del micrófono y otra sin él. Me veía en la calle, abría los brazos, se acercaba a mi con una sonrisa de oreja a oreja y me decía: ‘Julito, mi hermano americano, ¿cómo estás?’. Claro, con el micrófono en su poder, muchas veces me dio garrote y del bueno».
Su hogar
Amanda Alicia, su compañera por 53 años, es una mujer de hogar, disfruta de las plantas y haciendo los quehaceres de la casa. Le digo a Julio, en modo broma, qué tal vez se casó muy joven y por su admirado y público atractivo físico en sus años juveniles, pudo haberse perdido de conocer y tratar de muchas admiradoras. Él afronta la chanza con la siguiente frase: “yo no necesitaba de la noche para lo que pudiera hacer en el día». Nuestras carcajadas, lógicamente, se escucharon en los cuatro rincones del salón.
Fuad Char
Le pregunto por el empresario Fuad Char, me dice, es un gran señor. «Él está en lo suyo. Es una persona seria y ejecutiva. La gente da por seguro que somos grandes amigos y no es así. Nos respetamos mutuamente y creo que para él soy una persona confiable y trabajadora. Es todo. Hay una estimación alta en ambas partes».
Interrogo a Julio sobre su aspiración para los años que le quedan por vivir y expresa: “tal vez ser director deportivo, esto es, asesorar en la parte del deporte, y también al cuerpo técnico, estar en los entretenimientos, ser actor de cualquier cosa en la que se necesite responsabilidad, respeto, compromiso y puntualidad, para eso sirvo yo”.
Nos ponemos de pie, vamos caminando hacia la salida de la cafetería, un muchacho por la espalda se le acerca a Julio, tiene los ojos húmedos y con una emoción que me conmovió, le dice al profesor que lo admira muchísimo y que le permita tomarse una fotografía con él. El ex técnico inmediatamente accede. En el semblante del muchacho, pienso, están reflejados todos los barranquilleros que admiran y quieren a Avelino Julio Comesaña López. Gracias, Julio.